Se esfumaron esos años añiñados de calles de inocencia,
tardes donde se rogaban sonrisas disfrazadas de dulce caramelo
y cortinas que tapaban fantasías sobre un baile de vuelo.
Un tiempo que se dividía entre el sueño de generar
un gran equipo en común.
Pequeños jugadores zahareños
que perseguían al lobo de Caperucita,
descubriendo realmente que era aquella ancianita
de seráfica cara y lechosa que seguía con gran ademán,
entre ojos expectativos de búho arcano
quien se cruzaba con ella.
No se puede buscar remedio a la nostalgia que no está muerta,
siguen correteando
entre esa nube transparente que no deja de cesar
¿hoy y hasta cuando?